jueves, 10 de mayo de 2012

El pájaro.

  Aquella noche, había sido la gula quien asomó la sugerencia de ilustrarlo en un lienzo. "Cuán grata sería la existencia si la magia del arte me permitiera traerte a mí", se dijo. Los pensamientos y las posturas fluían libremente, desordenadas en el orden. Sus labios supieron el sabor del humo. Sus manos anhelaron su piel, la noche crujió, como si riera victoriosa ante la imposibilidad de detener el tiempo.
 Aquella tarde, la pared que había construido había adivinado miedo, pero el calor de su cuerpo la había elevado, como si aquella fuerza hubiese sido óptima para transformar a una carnada en una fuerza superior a la estructura forzada que había fabricado. Su alma supo el amor, su mente saboreó el miedo. 
  El cielo lloraba: ahora era su alma quien lo anhelaba. El pájaro de las alas guardadas ahora volaba, eso la enamoraba y la contagiaba de un vértigo que sobrepasaba su esencia.
  La bruma de sus pensamientos adornaban su incertidumbre, sosegando el incendio interno.
  Su alma galopó y supo el anhelo, nuevamente. Sus ojos se perdieron en el susurro de la lluvia, que adornaba a la noche con un bullicio que no caducaba ni por asomo. 
  Su cuerpo deseaba su resguardo. El tiempo volvió a reír, victorioso, como lo había sido siempre y lo será. 
  "Cuánto querría poder amarte en esta noche que llora ronroneante. Grata sería la existencia si despertara entre tus brazos", soñó, y siguió pintando en su lienzo.